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Los robots gobernarán el mundo

Aunque usted no lo crea …

Foto por Dilip Vishwanat/Getty Images for Honda9508Honda-Asimo
Asimo, el robot humanoide de Honda durante el Campeonato FIRST el 28 de Abril en San Luis, Missouri (EE.UU)

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traducido por El Desafio periódico

La inteligencia artificial, o “AI” es un campo de investigación apasionante. A la medida que la velocidad de la computación se hace cada vez más rápida, ha dado lugar a muchas predicciones, desde escritores de ciencia ficción, así como de serios investigadores científicos, de un mundo en que las máquinas supe inteligentes con conciencia se “apoderarán” de nuestro planeta.

Los fanáticos de estas predicciones se sentirán decepcionado por las recientes declaraciones de uno de los principales investigadores de AI—Noel Sharkey, profesor de Inteligencia Artificial y Robótica de la Universidad de Sheffield en el Reino Unido. En una reciente entrevista,1 afirmó que se trataba de “cuentos de hadas”, basada en la creencia no demostrable que la inteligencia era “computacional”. Èl dice que “no hay pruebas de que las máquinas nunca se apoderarán de nosotros ni alcanzarán sensibilidad consciente.”

Sin pretender ningún tipo de creencia religiosa, dice que cuando le dice a los demás que no hay evidencia de que nuestra propia inteligencia está relacionada con la forma en que funcionan las computadoras, se convierten en “casi religiosos” en sus (anti-religiosa) reacciones. Lo acusan de decir que la mente por lo tanto debe trabajar de manera “sobrenatural”. Pero aun aceptando que el cerebro es un sistema físico, que dice: “Podría ser un sistema físico que no puede ser recreado por una computadora”.

Sharkey usa programas de computación de primera categoría que simulan el juego de ajedrez como un ejemplo de “algunas cosas muy inteligentes realizadas por los seres humanos que se realizan de manera tonta por las máquinas”. A pesar de que el ajedrez requiere una gran dosis de inteligencia en el reconocimiento de patrones, algunas de las supercomputadoras hoy en día pueden anonadar a la mayoría de los mejores jugadores del mundo. Pero la forma en que lo hacen es muy diferente a los seres humanos-es que no se trata de inteligencia en absoluto, sino la pura “fuerza bruta” de cálculo de alta velocidad.

AI—la ciencia de la ilusión

Sharkey comenta que muchos de los logros de AI que entusiasma a la gente no son más que el uso de “truco y ilusión” para hacer que las máquinas parezcan casi vivas, como programas de idiomas que “buscan bases de datos para encontrar frases de conversación adecuada o máquinas que pueden reconocer emoción y manipular rostros de silicona para mostrar empatía “, dice: “Si los que trabajan en AI aceptarían el papel de embaucador y fuesen honesto al respecto, se podría progresar mucho más rápido.”

Èl dice que las personas parecen querer a las máquinas potencialmente como animales y humanos. Sharkey dice que esto conduce a una “suspensión voluntaria de la incredulidad”, incluso entre sus compañeros investigadores de la IA. Le preocupa que este empuje dirigido por la fantasía pudiera conducir a un mundo distópico en el que los robots sin emociones son utilizados para sustituir a los humanos, por ejemplo, en el cuidado de los ancianos, que necesitan de “amor y contacto humano” que sólo una persona real puede proporcionar.

La franqueza del Dr. Sharkey sobre este asunto, mientras que es reconfortante, no es popular. Solía recibir llamadas de los periodistas pidiendo comentarios sobre el tema, pero cuando les dijo que no creía que las máquinas iban a apoderarse del mundo, ya no estaban interesados en entrevistarlo ni de hablar con él.

Sin vacilar, Sharkey va de frente y declara acerca de los muchos logros impresionantes en su campo, los cuales, para él, deberían ser obvio: “Es la persona que diseña los algoritmos y la que programa las máquinas el que es inteligente, no la máquina.” ¡Qué asombroso es contemplar el supe inteligencia de Aquel que diseñó el cerebro humano, capaz de tales hazañas!

Referencias

  1. “The revolution will not be roboticised”, Nic Fleming, New Scientist 29 August 2009, pp. 28–29. Regresar al texto.

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